Las penas con pan, son menos
Estas historias son reales, créanme, no se trata de cuentos chinos, ni tampoco de, cómo decía el buen “Chiquidrácula”, darles “mello”. La intención es informar, para que tú, como pilar de tu hogar, puedas tomar buenas decisiones a buen tiempo. Checa estas dos historias con las cuales te podrías identificar.
PANORAMA A)
Era una bonita familia compuesta por papá de 37 años de edad, una joven mamá de 31. El matrimonio tenía casi once años de casados y dos hijas de 9 y 7 años de edad. Tras muchos embates de todo tipo, pero sobre todo económicos, el padre por fin encontró un buen trabajo y comenzó la franca recuperación económica, logrando la estabilidad anhelada. En un corto lapso logró liquidar todas sus deudas y ponerse al corriente con los gastos. Los tiempos se anunciaban prósperos, al grado que compraron un terreno para construir su casa y encargaron un nuevo bebé. Todo parecía ir viento en popa para aquella familia de clase media que, previamente y como decimos en México, se las había visto “negras”. Sin embargo, aunque me hubiera gustado que esta bonita historia tuviera un final feliz, no fue así, el joven padre enfermó de cáncer en un tiempo (1980) en el que era difícil diagnosticarlo de manera inmediata y por otro lado, una vez que se diagnosticaba, sólo existían paliativos para la enfermedad que terminaba generalmente con la muerte. Esta no fue la excepción, pues a los pocos días de anunciar el fatal mal, el padre murió, dejando huérfanas a las dos niñas y a la esposa con cinco meses de embarazo y sin estudios superiores.
El panorama (y creo que sobra decirlo) se tornó sumamente complicado, pues este evento no sólo supuso la pérdida del amor y presencia del padre (que vaya que es mucha), si no también la del pilar económico de la familia, que a su vez, sumó otra pérdida: la ausencia de la madre, quien tuvo que ponerse a trabajar para sacar adelante… ¡Todo! Enfrentándose en primera instancia a pedir ayuda a sus familiares para pagar los gastos funerarios. Más tarde, tuvo que vender el terreno para pagar los gastos hospitalarios del parto y subsistir unos cuantos meses. Después de esta vorágine, habría que sostener: colegiaturas, manutención, renta, transporte y eventualidades propias de la vida cotidiana, inclusive hasta llegar a la etapa universitaria en la que, las hijas, ahora mujeres, tuvieron que buscar becas, apoyos económicos y “trabajitos” para poder solventar los gastos de sus estudios.
PANORAMA B)
Era un matrimonio joven acercándose a la madurez, él con 42 años y ella con 38. La familia se había vuelto realmente numerosa con 8 hijos y aunque siempre fueron prósperos y muy trabajadores, no estaban exentos de deudas. Poseían algunas tierras cafetaleras como resultado de una herencia familiar y estaban funcionando gracias a la inversión de un crédito gubernamental que había que ir pagando; dicho pago dependía en casi un 80% de las cosechas, sobra decir que esta era una situación de alto riesgo financiero. La casa en la que vivían estaba hipotecada, los dos primeros hijos estudiaban en universidades particulares y los demás en grados subsecuentes hasta preescolar. Por obvias razones la madre era ama de casa y no trabajaba fuera del hogar (porque decir que una mujer que no tiene actividad profesional en alguna empresa u oficina, no trabaja ¡vaya que es una farsa! Y más aún si tiene 8 hijos). Bueno pero ese no es el punto, el punto es que ambos pilares de la casa tenían grandes retos y, personalmente, atribuyo a su actividad como cafetaleros su gran capacidad de ahorro y prevención. Por lo que junto con sus deudas adquirieron un plan de previsión, seguros escolares, seguros de vida, seguros de gastos médicos, desde luego - ¡TOC, TOC!- Tocando madera para que no fuese necesario utilizarlo en un futuro cercano, nada cercano, pero sabiendo que un día sí o sí se utilizaría ….. su seguro de gastos funerarios. Pero, ¿qué creen? Así es la vida y nadie sabe cuándo le va a tocar. Y … Adivinaron, el padre murió de un infarto. Pero, gracias a su cultura de previsión, no tuvieron que, además de sufrir el dolor de la pérdida de su ser querido, tronarse los dedos para ver cómo iban a resolver todo el tema del servicio funerario, que si no es planeado ( de manera anticipada existen facilidades, promociones o pagos sin intereses.) es carísimo. De esta manera no tuvieron que ocupar el dinero de los otros seguros para cubrir este gasto y los 8 hijos pudieron continuar con sus estudios hasta un nivel superior. Las deudas y créditos, tanto hipotecarios como de negocios, quedaron saldados permitiendo a la viuda quedarse al cuidado de los hijos. En su momento, claro que tuvo que hacer algunos movimientos. Vendió una parte del negocio para reinvertir en remodelar la casa que era muy grande y la dividió para poder rentar esos espacios y que esto le permitiera vivir mejor económicamente. Por otro lado, el negocio ahora “caminaba solo” con la ayuda de los hijos mayores.
Créanme, ambas historias son reales, la primera desafortunadamente es la mía y la de mi madre y la segunda la de una de mis mejores amigas.
Enfrentar el dolor de la pérdida en ninguno de los dos casos fue fácil, sin embargo, reconozco que resulta menos complicado sobrellevar lo que se genera, cuando tienes cubierta la parte económica. No por nada reza el dicho popular: “Las penas con pan, son menos”.
Después de esto, reflexiona y dime … ¿en cuál de estas dos historias te gustaría que estuviera tu familia?
Cuenta con:
Rocío Antonio
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